Convertir datos en información es el proceso fundamental desde su recogida a la obtención de valor financiero como producto para consumir
Una lectura interesante reciente acerca de la recogida y tratamiento de datos me llevó por curiosidad a lanzar consulta en Google sobre entradas que hablasen de los datos como el petróleo del siglo XXI o como el nuevo petróleo. Miles.

Francisco Cantón, gerente en el CoE SAP de Ibermática.
La lectura en cuestión negaba esa afirmación. Lo hacía sobre la base de que la tensión que ha provocado el concepto nos está llevando a una situación potencialmente peligrosa. Hemos visto cómo el petróleo ha pasado de ser una fuente de energía que nos ha traído a unos altos niveles de progreso a convertirse en un problema que amenaza la supervivencia en el planeta. Por analogía, se plantean los autores si estamos en el mismo camino con los datos. Una llamada a reconsiderar su captura y almacenamiento en sí mismos.
Al contrario de lo que ocurre con el petróleo, los datos que pueden recogerse y almacenarse presentan diferencias. Los datos no son finitos, no se agotan, sino que se multiplican. No se consumen y pueden ser reutilizados. Como similitud con el petróleo, sí cabe decir que ambas materias primas necesitan de tratamiento para poder ofrecer su potencial. Convertir datos en información es el proceso fundamental desde su recogida a la obtención de valor financiero como producto para consumir.
Es aquí donde comienzan estas críticas al momento actual del tratamiento de datos. Ha crecido la obsesión por almacenarlos. Algo que se ha facilitado por un abaratamiento radical de las herramientas necesarias para llevarlo a cabo. Desde la multiplicación y extensión de los dispositivos capaces de generar datos, hasta las capacidades de almacenamiento, pasando por unas comunicaciones más baratas y eficaces. Todo ha contribuido a poner a nuestra disposición los elementos necesarios para hacernos capaces de capturar y almacenar cantidades ingentes de datos. Y las fuentes de obtención de nuevos datos no parece que vayan a disminuir en un plazo corto.
De este interés por la recogida y almacenamiento del dato que parece convertirse en obsesión, nace la preocupación por la falta de mesura que se observa en la práctica. Hemos dispuesto en poco tiempo infraestructuras para el almacenamiento. Importantes inversiones porque es lo que tocaba. Así, nos encontramos con terabytes de datos acumulados en instalaciones de alta tecnología esperando a ser consumidos de alguna manera. Esperando a poder convertirse en valor.
Hablamos de la generalidad de las empresas. Por supuesto, hay empresas que han sabido sacar auténtico valor de todos estos datos. Todos sabemos de compañías punteras que han convertido el tratamiento de ingentes cantidades de datos en valor. Hasta extremos en que han provocado natural recelo. La industria del dato es una industria nueva y hace de la innovación uno de sus principales motores. Seguirle la pista es complejo. La necesidad de regulación de los usos se enfrenta a estas realidades con la suya propia que no puede marchar a la misma velocidad. Al igual que ocurre con la ciberseguridad, aunque no necesariamente con el mismo fin, el mal siempre camina un par de cabezas por delante con una imaginación desbordante.
La idea tras estas disquisiciones era alertar, al común de las entidades, que esta primera etapa de acumulación de datos tiende a mutar pronto. No hay que dejar de recoger datos. Pero sí que esta recolección y almacenamiento se haga con nuevos criterios. Con procesos que permitan obtener información de estos datos para activarlos. El foco debe cambiar desde la cantidad de los datos hacia la capacidad para analizarlos, procesarlos y obtener información relevante. Hay que cambiar el foco hacia esta siguiente fase para que lo hecho no caiga en saco roto.