Liderando las organizaciones podemos encontrar diferentes tipos de personas. Cada una genera culturas muy diferentes en función de su personalidad, basadas desde la más feroz competencia hasta la más auténtica cooperación

Guillermo Dorronsoro, director de Zona Norte de Ibermática
En la vida profesional te encuentras con personas diferentes, por su educación, por su carácter o por las experiencias que han vivido. He aprendido a reconocer dos tipos de comportamientos contrarios (como es habitual, con toda la gama de grises entre el blanco y el negro). En un extremo, los que tratan a las demás personas lo peor que pueden tratarlas, y en el otro, los que tratan a las demás personas de la mejor manera posible, dentro de sus posibilidades.
Cuando digo “lo peor que pueden tratarlas”, me refiero a las personas que constantemente están calculando cuánto poder tienen ellos y cuánto poder tienen las personas con las que se van cruzando en cada momento. Cuanto menor es su peso, peor pueden tratarlas sin esperar consecuencias. Y así lo hacen.
En algunos casos, hay personas que son sencillamente invisibles. Trabajan a su lado (por ejemplo, limpiando las oficinas, o atendiendo el puesto de recepción del edificio), pero no tienen tiempo para mirarlas (no digamos para saludarles o interesarse por ellas). No hay mejor desprecio que no hacer aprecio.
Otras personas a su alcance tienen peor suerte, porque estos fenómenos profesionales dedican una parte de su día a controlarles y tratarles mal para demostrarles que tienen más poder, así que tienen que soportar sus malos modos, sus desplantes o sus faltas de educación o de respeto. Es una gimnasia de autoafirmación que se basa en la negación del otro.
Supongo que esta economía de medios tiene su lógica: necesitan guardar fuerzas para poder tratar bien a aquellas personas que tienen más poder que ellas. Con estas no escatiman esfuerzos, ni sonrisas, ni interés: mientras mantengan ese poder, toca ser amables con ellas, para recibir sus favores. Ahora bien, si algún día lo pierden, automáticamente pasan a la “lista de personas maltratables”.
En el otro extremo, están las personas que tratan de cuidar a todas las personas que se cruzan en su jornada laboral, sin importarles su rango. Es evidente que no tienen tiempo para cuidar a todas, pero se esfuerzan por tratarles de la mejor manera posible, por trasladarles todo el aprecio y el respeto que cabe en un buenos días, en un interesarse por su familia, en demostrar respeto, empatía.
Invierten parte de su tiempo en tratar bien a los demás, sin calcular el poder de cada persona. Son también libres para enfrentarse a las personas poderosas cuando consideran que es necesario, y en no pocas ocasiones acaban pagando un precio por ello.
Cuando esos dos tipos de personas construyen organizaciones, generan culturas muy diferentes. Unas basadas en la jerarquía y el control, en la feroz competencia entre sus miembros. Las otras basadas en la confianza y el respeto, bases necesarias para la auténtica cooperación.
Leía hace poco que el estereotipo de la conducta que asociamos al “macho alfa” en las manadas de lobos (agresivos, violentos), no se corresponde realmente con el funcionamiento real de los lobos que lideran a su clan. Cito textualmente: “La principal característica de un lobo macho alfa es una discreta confianza y seguridad en sí mismo. Sabe lo que tiene que hacer; sabe lo que más conviene a su manada. Da ejemplo. Se siente a gusto. Ejerce un efecto tranquilizador”.
Igual que he conocido personas de los dos tipos, he conocido teorías de liderazgo que se adaptan a los dos tipos de organizaciones, y probablemente cada una teoría sea correcta en su contexto. Si una organización es del tipo del control y la jerarquía, para guiarlas hacen falta personas que hablan ese lenguaje. Si, por el contrario, se basan en la confianza y el respeto, harán más caso a las personas que lo demuestren.
Termino con otro comentario del artículo sobre los lobos, que te voy dejando en estas fechas que se aproximan al 8 de marzo. “En realidad, explica, en la manada existen dos jerarquías, una de machos y otra de hembras. ¿Y quién manda? Es sutil, pero da la impresión de que las hembras son las que toman la mayoría de las decisiones. Es decir, adónde dirigirse, cuándo descansar, qué ruta seguir, cuándo salir de caza”.